17/9/08

* CAPITULOS 27, 28, 29, 30, 31

Capítulo 27
Ella me pide ser tomada.

Papá fue docente del Colegio Monserrat, de la Escuela de Lenguas y del Conservatorio Provincial. A fines del 1889, una delegación de la Provincia de Córdoba viajó a Europa para contratar músicos y fundar el Conservatorio. Mi padre, con veinte años, era solista en la Orquesta Sinfónica de Bruselas. Fue invitado a integrarse a la Orquesta Provincial como profesor de trompeta. Esos músicos recién llegados y de todas las nacionalidades, proponen a la Universidad Nacional de Córdoba, crear el Instituto de Idiomas y posteriormente la Escuela de Lenguas. Mi padre además de música enseñaba idiomas y es así como conoció a mi madre.
Cuando caminábamos los tres por el casco céntrico, los alumnos lo saludaban con una reverencia, mi padre contestaba con una sonrisa y a la vez hacía el gesto de retirar su sombrero.
El rito.
Como se ofrecía a Jehová un cordero, mi padre, de la misma forma ofrecía una botella de sus vinos a los amigos. Ofrecía un bebé criado por él y muy bien criado. Una ofrenda para el sacrificio de la mesa. Un español, me imagino, hará lo mismo con un jamón de su propia hechura.
A la botella se la trata como a una mujer, toma siempre la forma del sueño que la contiene. El ritual es comparable al ritual que se sigue al seducir. Todo ese ceremonial no es para tomarse el vino sino para que se deje tomar, como a la mujer ya seducida. Lo otro sería una violación. Cuando el momento llega, es ella quién me pide ser tomada, mientras tanto la miro, recorro la piel suave de su cuello, su redondez. Sostengo su peso entre mis manos para aspirar su perfume. Avanzo con mi deseo. Abro a medias la boca, entorno los ojos, apoyo su boca en la mía y es su contenido quién me penetra acariciándome por dentro, poniendo al descubierto mis rincones más sagrados. Aflojo el cuerpo. Suspiro. Una vez más he sucumbido a su aroma, a su figura.
Para estas ocasiones se cuidan todos los detalles, la temperatura, la suavidad, la máxima delicadeza. La ceremonia exige lentitud, no-apresuramiento.
Y hablando de mujeres, Emile Zolá en su novela Naná cuenta que Muffat contemplaba a Naná y le daba miedo. En tres meses ella había corrompido su vida, se sentía viciado hasta la médula. Todo iba a pudrirse en él. Y no pudiendo apartar los ojos, la miró con fijeza y trato de saciarse con la visión de su desnudez.
¿Qué tal si sustituimos a Naná por Cabernet?
Continúa... Muffat siguió con la mirada una línea fina, apenas ondulada por el hombro y la cadera, la recorría desde uno de los hombros hasta los pies. Siguió con la vista aquel perfil, ahogándose en sus luminosidades doradas.
Nunca me gustó el vino blanco, yo hubiera dicho luminosidad flamínea, que es la que dan los tintos al trasluz.
Recorría aquella redondez a los que la llama otorgaba reflejos de seda. Pensó en el monstruo de las Sagradas Escrituras oliendo a fiera. Yacía la bestia, era una bestia de oro y cuyo solo aroma envilecía al mundo. El olor de la bestia mimada en secreto y para el secreto. Muffat continuaba obsesionado, poseído al punto que entrecerró los párpados y el animal reapareció.
El puma en la bodega de papá. Agrandado, terrible, exagerando su postura. Permanecería allí, frente a mis ojos, en su carne, para siempre.
Sigue Zolá diciendo. Su boca golosa soplaba sobre sí el deseo, se besó largamente sonriéndole a la otra Naná, que como ella, también se besaba en el espejo.

Polo ¿Usted trataba de tomar la botella en lugar de tomar a la mujer?
No.

Trate de recordar si el placer de beber le dejaba amargura.
Satisfacer mis ansias de beber me provocaba placer, el problema era que pasaba mi límite y ya no podía parar. Tampoco me preocupé en detectar un signo, una señal de alerta que indicara detenerme sin pasarme al otro lado. No puedo precisar si obtenía satisfacción por sufrir. Por supuesto que después me amargaba, me arrepentía. Sé que hay gente que se regocija en el dolor y hace culto de ello.

Capítulo 28
La enamorada del amor.

Yo también quiero opinar, dice su esposa.
Hubo un espacio de silencio, años de preguntas sin respuestas viéndolo debatirse en pozos de tristeza. Me producía extrañamiento no saber quién era ese hombre, ese gordo abotagado con un rostro que había perdido la mesura. Por este hombre, yo, no siento nada, me decía. No reconozco su olor y su ronquido me asusta cuando duerme. Y me fui de su lado con rabia. Me tendrá que pedir perdón aún estando bajo tierra. Desde el agujero que le hice al irme, empecé a existir. El menor de mis hijos tenía seis años y no quiso venir conmigo, no me separes de mis hermanos, me dijo e igual me fui. Comencé a vender café en el mercado de abasto y para soportar esa realidad inventé una fantasía que me sostuvo: Me decía actriz de teatro cuyo escenario era el mercado. Con lo que ganaba conseguía pagar un alquiler y la comida. Por la tarde iba al consultorio de una amiga, pero como psicóloga no ganaba lo suficiente. Amaba mi profesión y no quería apartarme de colegas, que fueron mi apoyo.
Los amigos del barrio se asustaron al ver que me iba sin los hijos, yo también sufría y me engañaba diciéndome, se pondrán fuertes sin mí. Pero esa situación y la ausencia de su mirada me desbastó.
Fatigada de mirarme a mi misma y de hacer el amor con mis palabras, vuelto a ponerme la túnica del amor enamorado e intento regresar. Siento la melodía de su voz, hago silencio y veo su cuerpo. Estoy en mi habitación, oigo pasar una moto al frente a mi casa, supongo que son jóvenes con todo el frenesí de la velocidad.
Sentí que me moría, y sí, para mí separarme era una cuestión de vida o muerte. Tenía que sobrevivir. Él había caminado muerto a mi lado, darme cuenta, fue un duro golpe y creí que yo también me había muerto. Reaccioné y pedí ayuda. Mi entorno quedó en paz, la loca era yo y lloré siete años buscando en un diván la identidad de esta mujer que había caído en casa ajena. Ellos gozaban en un paraíso construido cuidadosamente, yo fui la intrusa que osó entrar a esa casa después de mirar por la ventana, la que resistió a las miles de reglas y dijo: se pueden ir todos a la mierda y esa fue la que se tuvo que ir. Y sin razón y sin lógica repetía una súplica mientras recorría calles desiertas: tesorito quiero amarte, ojalá me necesites, salí del nido de tus padres y hagamos el nuestro. Soñaba que hacía la comida, tendía la ropa, leía mi libro, pensaba, hoy los niños duermen, hace frío, podemos acurrucarnos hasta que salga el sol. Y me pasé la vida esperando.

Soy tu amiga y te digo que el amor está más allá de la demanda, según los analistas. Eres una enamorada del amor, del amor infinito, deseabas ser amada y apalabrada por un hombre y cuando ese ideal no fue satisfecho, te sentiste desbastada.


Capítulo 29
Dar amor.
Siempre asumo al amor. Lo viví como una mujer apasionada que tiene derecho a defender su pasión. Esa calma a la que tenía que someterme más que calma la vivía como si me hubiera parado en el tiempo, acomodada en una nueva casa. Tenía la mía, la de mis padres, no he querido cambiar sólo de paredes, quería un hogar, compartir, sentir, hablar, hacer el amor. Él tenía que reparar la locura que había cometido por contradecir a su familia casándose conmigo. Para él, nuestra unión, siempre fue la locura o la excusa. Él, un hombre sensato, honesto, tenía que reparar y rápido. Más lo pienso más me parece una excusa su sensatez. Y yo me pregunto ¿No es esa la verdadera locura, poner esos valores por ausencia del sentimiento?
Reparar y rápido ¿Cómo? Entregándose por completo al trabajo, ahora lo veo claro, ¡qué bien justificaba el no poder sentir por mí!. El trabajo, una buena excusa.
A la noche volvía cansado y contento de la jornada de trabajo y ya preocupado por la fatiga del día siguiente. Siempre había otro más necesitado y me encontré remendando su ausencia. Al llegar a casa, él esperaba mis elogios por el trabajo hecho, sin reparar en mí, sin desearme. Yo en el ámbito de fantasías estaba en una continuidad con él, la que se interrumpía con su presencia. El estaba con él. No me sentí deseada, no me requería, no pedía mi amor. El cuerpo habla, yo hablaba con mi cuerpo pero para un otro que no veía ni escuchaba. El cuerpo, mi cuerpo, estaba cansado de zurcir la nada. Ahora se me aparece tu verdad y la mía y tenemos miedo. Me perdí en el vacío que se hizo día tras día. Por qué no pude atraer una mirada de amor. Yo creía que tú eras el amante y has resultado ser simplemente, el amado.
Hoy anciana me hago cargo de mi vacío y quizás ese vacío es el que te asustó. Me queda claro amar o sea, dar amor, el otro no está para llenar ningún vacío.
Hoy soy feliz. Después de una gripe amanecí con flores, las había puesto él queriéndome alegrar, hoy veo a aquel muchacho inocente e ignorante de su saber con toda su ternura. Él me reconoce, lo dice con palabras en cada encrucijada donde aparece el pasado. Qué equivocado estuve. Cuántas sogas llenas de ropa y yo sin darme cuenta de tu sacrificio. Y me pregunta ¿Cómo hiciste para estudiar teniendo que atender la casa y los niños?
Y se produjo salud, la ausencia trajo el reencuentro. Hoy miramos las puestas del sol, caminamos de la mano, vamos al cine, leemos juntos. Los amigos nos visitan, compartimos la comida y largas charlas, discutimos, es decir, seguimos siendo dos con distintos puntos de vista.
Ya no necesitamos imponer un pensamiento descalificando al otro. Aprendimos a escucharnos y aceptar las diferencias.


Capítulo 30

Me lo mandó Dios.
Un Patriarca, de cabello largo y cano, ese era mi padre. Se lo veía pletórico y rubicundo oficiar la ceremonia dominical ante amigos y parientes. La apertura de los primeros vinos del año era una fiesta que duraba ese día y toda la noche. En aquella época no se salía a cenar afuera, las reuniones eran en la casa, dentro del núcleo familiar. Vivíamos en Argüello, un barrio que medio siglo atrás era campo y monte. En mi niñez, los pumas tenían su guarida en las barrancas del río. Atacaban a los terneros y a los potrillos, los pobres pequeños animales no le ofrecían resistencia. Anoche el león me mató un ternero, se quejaba el dueño del tambo cuando a la mañana temprano iba yo a buscar leche. Argüello de ese entonces tenía casas con tres mil metros de tierra rodeadas de montes. Yo salía con un rifle a cazar liebres, usaba munición del nueve. Con los amigos recargábamos los cartuchos disparados. Por un tarro perforado, especie de colador, pasaba el plomo derretido, gota a gota y al caer sobre la arena, se convertía, para nuestra imaginación perversa, en una futura pieza a cobrarle a la naturaleza. Competíamos y para esto no había reglas. Éramos verdaderos depredadores sin compasión por las perdices o cualquier otro bicho que se nos cruzara en el camino. No matábamos por necesidad de alimentos, era por placer.
Soy el menor entre muchos primos. Soy hijo único de padres añosos. Me cuentan que mi madre rogó tanto al cielo para quedar embarazada que cuando nací exclamó me lo mandó Dios o sea, de una forma inconsciente fui el enviado del Señor. Todos los parientes acostumbraban a tener más de tres hijos y yo seguí la tradición de aquel entonces, tengo siete, uno muerto.


Capítulo 31
Lo infernal es un estado del hombre.

La Voz del Interior comenta, en su edición dominical, la derrota de Jack Kerouac frente al alcohol. Murió a los 47 años, hoy podría tener mi edad. Este escritor representaba en USA la generación beat, que quiere decir beatitud. Yo por ese entonces, pertenecía a la Acción Católica de Córdoba.
Muchos me preguntan ¿Por qué usted habla de adicción al alcohol si dice que no le costó dejar de beber y se llama adicto sin haber padecido el síndrome de abstinencia?. Jamás percibí la carencia cuando me propuse dejar de beber. No sé si fue como consecuencia a una propuesta de cambio que me hice o a la calidad de la bebida que yo acostumbraba tomar o a las proteínas de mi dieta o a la constitución de mi cuerpo, la cosa es que estoy vivo. Me propuse, en vez de tener el abdomen prominente como un viejo, un aliento asqueroso y la piel impregnada con alcohol, volver a rehacerme. No habré llegado a la etapa de la dependencia física. No lo sé. Creo que cada caso es un caso particular y que dependen de una multiplicidad de factores. Cuando leí el artículo sobre este escritor me pregunté acerca del éxito y del fracaso. Si yo realmente había triunfado sobre el alcohol y si lo mío fue un triunfo y el del otro fue un fracaso. Sé que Kerouac fue a la muerte, no pudo superarlo y yo a excepción del hecho puntual que dejé de beber y recuperar mi aspecto físico, con la empresa, mi mujer y mis hijos pasó al revés, mi empresa se fundió, con mis hijos y mi mujer está por verse. No sé que pasará. Todos estos vínculos están en movimiento. Logré el objetivo que me propuse. Estoy en un alerta constante. El infierno no existe, lo infernal es un estado del hombre, yo diría de mortificación. También dicen que una temporada en el infierno es suficiente para aprender a vivir.




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