Capítulo 23
Aceptar la diferencia.
En buena hora que cada uno piense distinto, eso no significa que no se pueda hablar. Se puede, si ambos se escuchan. Si Bush considera que su pensamiento es único y lo defiende a muerte no hay posibilidades de entendimiento. Este proceder, de los que no escuchan es porque consideran que su
verdad es absoluta. Haciendo una analogía a treinta años de la época del alcohol hoy yo estoy hablando con treinta años de conocimientos acumulados. Si entonces hubiera visto las consecuencias... He sido un ser emocional en proporción 8 o 9 que reaccionaba en estampidas ahora creo que soy un 3 o un 4. Nunca pensé en pegarme un tiro pero sí en el divorcio y no lo hice por miedo. Creo que necesitaba distancia para crear una mejor situación de convivencia.
Lo emocional y lo racional deberían llegar a una convivencia equilibrada.
Ya que menciona al ser, me gustaría referirme a esa palabra tan usada y tan poco conocida.
Los creyentes creen que le fue introyectado en el cuerpo milagrosa y gratuitamente. Los filósofos opinan que el ser es el vacío por lo tanto el no ser, un espacio potencial a ocuparse con una construcción. Estamos permanentemente construyendo ese ser mientras estamos vivos. Estar vivos es eso, dinamismo y flexibilidad del pensamiento para construir-se, libre de identificaciones, mandatos, opinión ajena, o sea, a medida que nos construimos dinámicamente echamos abajo mitos y creencias que no van con nosotros, es tarea de análisis. Estar revisando permanentemente no es tarea fácil, exige valentía para desaferrarse de creencias preestablecidas. Da miedo quedarse parado en una sola pata, pero no es así, la otra pata va creciendo mientras tanto.
Intervendré haciendo todo un rodeo para llegar por fin al el tema de la pareja. En ésta, el equilibrio no es algo estático. Cada integrante no está siempre bajo un estado emocional ni tampoco siempre bajo estado racional puro. El movimiento sigue en su mínima expresión y la armonía es un orden permanentemente cambiante. El equilibrio sería un estado. Se usa la palabra equilibrada, cuando una persona hace buena relación entre lo que piensa, siente y actúa.
Pensar un contexto armónico y una actitud equilibrada es algo transitorio y la mayoría de las veces desencontrados.
En la pareja hay encuentros y desencuentros, lógicos, si aceptamos la diferencia. Lo diferente que somos cada uno. Lo bueno es hablar, escucharse y acordar. Sería lo opuesto al pensamiento homogeneizado por la globalización que ni siquiera acepta diferencias religiosas. Ambos lados son fundamentalismos. Ego puro.
Polo, ¿Está de acuerdo?
Si, hasta que un real, eso, que no tiene explicación, nos deja sin palabras.
Capítulo 24
El asesor, el Prestamista... el Juez.
El hombre para sobrevivir se aferra a creencias que son sus certezas y así nacen odios y resentimientos para con el otro diferente. Está lleno de miedo, no tolera la incertidumbre. Dios existe en el ámbito de una idea, es eterno y nunca muere, la ficción tampoco. Muere un animal pero la bestia mitológica, no.
Los militares durante la Dictadura respondieron a esta ideología. Sus creencias son certezas. Dios estaba de su lado y ellos cumplían su mandato.
Con Perón se produce el desarrollo de la industria liviana, los milicos entraban al gobierno con una gran cuota de nacionalismo, condescendiente con la ideología de los técnicos que ellos nombraban. Ejemplo: Martínez de Hoz. Ahí comienza a insinuarse el derrumbe del andamiaje industrial, que de por sí, en el concierto mundial, Argentina nunca pasó de tener mediana industria. No por no querer, no lo permitieron los países dueños de la industria pesada. En 1.984 hice un informe en mi impresa que se leyó en el directorio, donde se anticipaba lo que en quince años después sucedería. Unido a la inflación, el gobierno emitía dinero sin respaldo. Muy diferente a la época de Perón, favorecida por la guerra y la venta de trigo a Europa. Las arcas del Banco Central se repletan aún más, con la llegada del oro alemán.
En 1.980 la situación de nuestra empresa era desastrosa. X, el asesor de los milicos hacía que las grandes instituciones financieras integraran en sus directorios a militares o personas allegadas al poder militar, así fue como X formó parte del directorio del Banco Social y del Banco de Córdoba y nosotros, por su intermedio, conseguimos sanear las finanzas de la empresa a través de la reducción de los intereses de la deuda.
En la época de mi padre, el usurero era un particular, nunca una institución de la Nación o de la Provincia, era una persona mal vista e incluso marginada por el resto de la gente. Recurrir al usurero era degradante y por lo tanto se lo mantenía oculto de familiares y amigos. Estos seres sin escrúpulos, están ligados, a su vez, con patoteros a sueldo, que realizan la tarea sucia cuando lo merece el cliente. El prestamista, posee reglas propias que le dicta el dinero, alejadas de la solidaridad, el bien común, el desarrollo de las empresas o de un país. Este sujeto es un subproducto de los regímenes capitalistas donde siempre habrá ahorcados que terminan siendo ahorcados. Menos aún se justifica la postura que asumen los Bancos, abierta y públicamente como si la usura fuera lo más natural del mundo. Nunca se supo que los jueces de la nación abrieran la boca o se pronunciaran con un recurso de amparo ante los intereses usurarios de los Bancos, los punitorios sin límites de ley cobrados por cada día de mora. Estos intereses superaban abismalmente al capital, y a toda realidad posible. La trampa de los Bancos consistía en dar adelantos en cuenta corriente. En el Banco me decían, si su PYME el primero de enero realizó una venta una empresa por mil pesos y esa empresa le paga el primero de marzo, usted, con la sola presentación la factura que sirva de garantía, está autorizado a dar cheques a fecha hasta cubrir el monto de esa suma. La empresa y el Banco tenían un arreglo, ésta debía depositar unos cinco días después de la fecha acordada y ese era el negocio entre ambos, por esos cinco días el Banco cobraban intereses usurarios. Esos intereses fueron los que X borró de la deuda que mantenía mi empresa con el Banco y que no era más que devolver lo que me robaban en intereses punitorios.
Varias veces a la semana se producía lisa y llanamente una usurpación de dinero, una forma de legalizar el robo que los Bancos hacían y hacen a sus clientes. Ustedes imaginan a una persona acuciada por dinero, para poder tragar semejante sapo, necesita más de un vaso de vino.
Capítulo 25
Puñado de crápulas.
Algo para ganar.
Laura Devetach.
Si viviera en Holanda
Yo sería de esa gente
Que le va ganando tierra al mar.
Si estuviera en el Sahara
Ganaría lluvia
Cultivando rosas mágicas
Sobre pausados camellos
Que conocen la vivienda de las aguas.
Pero yo soy de aquí
Y soy millones
Que vibramos en el cansancio elemental
De ganarles nuestra vida
A un puñado de crápulas.
En las cabezas de los que se sienten dueños del poder está la convicción de que, hagan lo que hagan, jamás puede caberles la figura de asociación ilícita. Además, aquí en la Provincia, sólo pueden ser juzgados por el Superior Tribunal de Justicia, donde la mitad o más de sus miembros son del partido oficial. Los gobernantes creen que el pueblo es bruto y no pesca la trampa que legaliza la impunidad. Pero se sabe, la corrupción como el pus busca salida y si hay justicia quedará esclarecida la mega causa de las escrituras robadas del Registro de la Propiedad y cedidas a testaferros. Me toca personalmente un caso donde, los abogados defensores de los verdaderos propietarios de un campo ganaron el juicio a la Provincia. El juicio duró largos años y al momento de hacer efectivo el resarcimiento, Tribunales, argumentando la ley de Emergencia Económica, dirimió el cobro a dieciséis años. Ya murieron uno de los abogados defensores y uno de los damnificados. Espero que los verdaderos corruptos caigan en prisión y no los perejiles.
Capítulo 26
La bestia mimada.
La
bodega de mi padre estaba en parte posterior del garaje, el lugar justo
para añejar los vinos a la temperatura adecuada del verano. Un
termómetro de mercurio colgado en la pared, era vigilado por mi padre
cada vez que entraba a ese lugar sagrado. A veces, en pleno invierno,
dejaba un bracero encendido por las noches para abrigar las botellas.
Sólo él usaba la llave, la que pendía de un llavero en la cocina, nunca
me sentí tentado de tomarla.
Mi padre no era bodeguero, partía de un vino ya nacido. Encargaba una partida de botellas de una determinada cosecha, cuyas cepas provenían de Francia. Se los compraba a una bodega familiar de Mendoza, luego los criaba hasta que estuvieran maduros. Desde la fecha de la cosecha debían pasar, al menos, unos ocho a diez años sin abrir. Periódicamente elegía una botella de la serie para probarlo, aunque un buen conocedor es raro que descorche.
Recuerdo a papá tomar la copa, siempre la misma, de cristal tallado y de pie alto. La repasada varias veces con una servilleta de lino, luego abría la botella y la llenaba un tercio más o menos. La movía en redondo a medida que aspiraba su aroma, luego llevaba el vino a la boca y entreabriendo los labios hacía entrar aire, a la vez que provocaba el recorrido del líquido por toda la mucosa bucal. Eso vi hacerlo en su bodega, antes de entrar a la casa para servirlo. Varias veces recibí este tipo de lecciones. En general eran vinos tintos, de cuerpo, de un bouquet combinado entre Cabernet y Borgoña. El único de los vinos italianos que añejaba mi padre era el Chianti, estaban en reposo hasta que la paja de la canastita que los cubre se desarmaba por acción del tiempo.
Después de la muerte de papá, se tomaba poco en casa, una botella por mes a lo sumo y los vinos que quedaron se añejaron demasiado. Quedaron los Cabernet que debieron tomarse en alguna Navidad. Se los dejó pasar. Eran bebibles, pero no fue lo mismo.
Las lecciones de papa.
Al colocar los vinos en el estante, las botellas deberán llevar cierta inclinación para que el corcho permanezca siempre mojado. Las botellas deberán guardar cierta distancia entre ellas para que el aire circule. Se las moverá cada seis meses dándole un giro de ciento ochenta grados. Esta maniobra evita que la borra se adhiriera al vidrio, de esa manera, después de ocho o diez años al ponerla sobre la mesa no quedará esa franja sucia que impresiona mal. Ahora entiendo a papá, cuidaba cada detalle que hacía al buen gusto. Era un criador que seguía el vino en su crecimiento, como si cada botella fuera un bebé. Yo fui el único hijo de este matrimonio entre un belga y una argentina.
El bodeguero es un príncipe al lado de un revendedor. La relación de afecto entre el bodeguero y su vino no es la de ganar dinero solamente. La misma relación tenía mi padre con sus vinos, más pura aún porque no comerciaba con sus crías. Ponía el alma en el ritual y lo ofrecía a sus invitados.
Recuerdo que me decía, el vino pasado de tiempo pudre al corcho. Dejar que caigan pedazos dentro de la botella o en la copa, es una torpeza. La verdad, el corcho flotando es poco elegante. Para evitar ese inconveniente, él no hacía pasar el tirabuzón al otro lado y antes de descorchar le pegaba unos golpecitos al mango del sacacorchos, esa es la clave para que al despegarse resulte más fácil sacarlo y de esa manera se evita que salga el tirabuzón sin el corcho. Si se observa el cuello de una botella veremos que es algo más ancho en su base, a esa diferencia se amolda el corcho. Ese mayor diámetro en el interior asegura el cierre hermético que impide por un lado, la evaporación del alcohol y por otro la entrada de aire que llevaría a oxidar el contenido. Si no se lo despega, no hay garantías que logremos retirar el corcho por más fuerza que se haga. Son los golpecitos sobre el tirabuzón los que permiten un final feliz y así dar comienzo a la fiesta sin contratiempos. Lo contrario sería un pecado para quien se precie de buen anfitrión.
Mi padre no era bodeguero, partía de un vino ya nacido. Encargaba una partida de botellas de una determinada cosecha, cuyas cepas provenían de Francia. Se los compraba a una bodega familiar de Mendoza, luego los criaba hasta que estuvieran maduros. Desde la fecha de la cosecha debían pasar, al menos, unos ocho a diez años sin abrir. Periódicamente elegía una botella de la serie para probarlo, aunque un buen conocedor es raro que descorche.
Recuerdo a papá tomar la copa, siempre la misma, de cristal tallado y de pie alto. La repasada varias veces con una servilleta de lino, luego abría la botella y la llenaba un tercio más o menos. La movía en redondo a medida que aspiraba su aroma, luego llevaba el vino a la boca y entreabriendo los labios hacía entrar aire, a la vez que provocaba el recorrido del líquido por toda la mucosa bucal. Eso vi hacerlo en su bodega, antes de entrar a la casa para servirlo. Varias veces recibí este tipo de lecciones. En general eran vinos tintos, de cuerpo, de un bouquet combinado entre Cabernet y Borgoña. El único de los vinos italianos que añejaba mi padre era el Chianti, estaban en reposo hasta que la paja de la canastita que los cubre se desarmaba por acción del tiempo.
Después de la muerte de papá, se tomaba poco en casa, una botella por mes a lo sumo y los vinos que quedaron se añejaron demasiado. Quedaron los Cabernet que debieron tomarse en alguna Navidad. Se los dejó pasar. Eran bebibles, pero no fue lo mismo.
Las lecciones de papa.
Al colocar los vinos en el estante, las botellas deberán llevar cierta inclinación para que el corcho permanezca siempre mojado. Las botellas deberán guardar cierta distancia entre ellas para que el aire circule. Se las moverá cada seis meses dándole un giro de ciento ochenta grados. Esta maniobra evita que la borra se adhiriera al vidrio, de esa manera, después de ocho o diez años al ponerla sobre la mesa no quedará esa franja sucia que impresiona mal. Ahora entiendo a papá, cuidaba cada detalle que hacía al buen gusto. Era un criador que seguía el vino en su crecimiento, como si cada botella fuera un bebé. Yo fui el único hijo de este matrimonio entre un belga y una argentina.
El bodeguero es un príncipe al lado de un revendedor. La relación de afecto entre el bodeguero y su vino no es la de ganar dinero solamente. La misma relación tenía mi padre con sus vinos, más pura aún porque no comerciaba con sus crías. Ponía el alma en el ritual y lo ofrecía a sus invitados.
Recuerdo que me decía, el vino pasado de tiempo pudre al corcho. Dejar que caigan pedazos dentro de la botella o en la copa, es una torpeza. La verdad, el corcho flotando es poco elegante. Para evitar ese inconveniente, él no hacía pasar el tirabuzón al otro lado y antes de descorchar le pegaba unos golpecitos al mango del sacacorchos, esa es la clave para que al despegarse resulte más fácil sacarlo y de esa manera se evita que salga el tirabuzón sin el corcho. Si se observa el cuello de una botella veremos que es algo más ancho en su base, a esa diferencia se amolda el corcho. Ese mayor diámetro en el interior asegura el cierre hermético que impide por un lado, la evaporación del alcohol y por otro la entrada de aire que llevaría a oxidar el contenido. Si no se lo despega, no hay garantías que logremos retirar el corcho por más fuerza que se haga. Son los golpecitos sobre el tirabuzón los que permiten un final feliz y así dar comienzo a la fiesta sin contratiempos. Lo contrario sería un pecado para quien se precie de buen anfitrión.
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